La sal sigue siendo un tema de debate en salud cardiovascular
El impacto de la sal en la salud cardiovascular es motivo de alarma entre expertos y organismos de salud, porque está demostrado que su consumo excesivo puede elevar la presión arterial y aumentar el riesgo de enfermedades del corazón, incluso hasta provocar infartos a largo plazo. Sin embargo, a pesar de estos riesgos, un creciente número de investigadores y usuarios en redes sociales plantean que los efectos de la sal podrían ser más complejos de lo que se pensaba.
Esta reevaluación encontró un espacio de discusión en plataformas digitales como TikTok, donde el hashtag #SaltWaterTrend cuenta ya con más de 112 millones de publicaciones, impulsado por defensores que abogan por los beneficios del consumo de agua salada.
La tendencia fue promovida en gran medida por el profesor de la Universidad de Stanford, Andrew Huberman, una figura influyente en el ámbito de la neurociencia, que plantea la necesidad de revisar la perspectiva tradicional sobre la sal y considerar sus posibles aportes a la salud. Según la revista Men’s Health, el fenómeno recuerda a la controversia que se vivió en torno a otros alimentos como la carne alimentada con pasto o la manteca, que desataron debates similares sobre sus beneficios y riesgos en el bienestar físico.
Así, mientras las autoridades en salud pública mantienen su postura de reducir el consumo de sal en la dieta, movimientos y figuras en redes sociales proponen una revisión más matizada del mineral, sugiriendo que, en cantidades controladas y bajo ciertas condiciones, la sal podría aportar beneficios que antes se consideraban insignificantes o incluso inexistentes.
Replanteando el consumo de sal
La discusión en torno a los posibles beneficios de la sal también llamó la atención de científicos que cuestionaron sus propios prejuicios sobre este mineral. Un estudio publicado en el European Heart Journal en octubre de 2020, revela que una ingesta de entre 10 y 12,5 gramos de sal al día podría estar asociada con un incremento en la esperanza de vida. Este hallazgo generó una profunda reflexión en su autor, el reconocido cardiólogo Franz Messerli, quien trabajó durante años en el Swiss Cardiovascular Centre de la Universidad de Berna, en Suiza.
Messerli, que hasta entonces había sido un firme defensor de la reducción de la sal en la dieta, admite que el descubrimiento lo llevó a cuestionar las recomendaciones estándar sobre el consumo de sodio. “Toda mi vida había sido un apóstol de la reducción de la sal”, comenta, explicando cómo estos resultados lo obligaron a reconsiderar sus creencias. “Me pregunté: ‘¿En qué se basan realmente las indicaciones sobre la sal?’”. Este cuestionamiento pone en duda la política generalizada de restringir el consumo de este mineral, abriendo la puerta a nuevos estudios que exploren su relación con la salud cardiovascular y el envejecimiento.
Estas cuestiones añaden una capa de complejidad a un tema que parecía claro: ¿es la sal realmente un enemigo de la salud o, bajo ciertos parámetros, podría ser un aliado en la longevidad?
Café, sodio y rendimiento
El debate sobre los efectos de la sal en la salud recibió otro impulso significativo con los hallazgos del investigador estadounidense James DiNicolantonio, doctor en farmacia y especialista en enfermedades cardiovasculares. En 2017, publicó su libro The Salt Fix: Why The Experts Got It All Wrong – And How Eating More Might Save Your Life, donde, tras revisar más de 500 estudios sobre el consumo de sal, la presión arterial y la salud del corazón, concluyó que la mayoría de las personas no solo no necesitan restringir su consumo de sodio, sino que un aumento moderado podría incluso ser beneficioso.
Para DiNicolantonio, las directrices tradicionales de salud sobre el consumo de sal requieren una revisión urgente. Asegura que cerca del 80 % de las personas con presión arterial normal no sufren efectos adversos por la ingesta de sodio, e incluso entre quienes padecen de hipertensión, hasta el 55 % no experimenta aumento de presión al consumirlo. Esto sugiere que el impacto de la sal podría estar sobredimensionado en la población general, lo que desafía las políticas de salud pública que desde hace décadas abogan por una reducción drástica del sodio en la dieta.