
Pocas canciones han marcado la carrera de un artista de manera tan ambigua como Da Ya Think I’m Sexy? en la vida de Rod Stewart. Concebida en plena fiebre de la música disco, esta pieza se convirtió en un éxito rotundo y, al mismo tiempo, en una de las canciones más criticadas de su repertorio. Con el paso del tiempo, el propio Stewart pasó de repudiarla a aceptarla como parte de su legado, en un proceso que refleja la complejidad de la evolución artística y la percepción del público.
El cantante ha sido el primero en admitir que su relación con Da Ya Think I’m Sexy? ha pasado por diversas etapas. En una entrevista con The Guardian, reconoció que hubo un momento en el que sintió deseos de retirarla de su repertorio: “Hubo un momento en el que me cansé de cantar ‘Da Ya Think I’m Sexy?’ porque era muy criticada, pero hacía feliz a la gente, así que ¿qué hay de malo en eso? Todavía pone una sonrisa en las caras de la gente cuando la canto”.
A pesar de la controversia inicial, el tema se ha convertido en un emblema dentro de la discografía de Stewart.
Para finales de la década de los 70, Rod Stewart ya se había consolidado como una de las voces más icónicas del rock y el pop. Sin embargo, como muchos artistas de su generación, no pudo ignorar la omnipresencia de la música disco, que dominaba las listas de éxitos. Fue en este contexto que lanzó Da Ya Think I’m Sexy? en 1978, dentro del álbum Blondes Have More Fun. La canción, con su característico ritmo de cuatro por cuatro y sintetizadores brillantes, representó un cambio significativo en su estilo, alejándose del rock y el blues que marcaron sus inicios.
La composición de la canción no estuvo exenta de controversia. Su línea melódica se asemeja a Taj Mahal de Jorge Ben Jor, lo que llevó a una disputa legal que terminó con Stewart cediendo los derechos de autor a UNICEF. Más allá de los problemas legales, la canción fue vista por muchos como un intento algo forzado de sumarse a la ola disco.
Desde su lanzamiento, Da Ya Think I’m Sexy? generó reacciones encontradas. Comercialmente, fue un éxito rotundo, alcanzando el primer puesto en las listas de Estados Unidos, Canadá y Australia. Su ritmo pegajoso y su letra juguetona la convirtieron en un himno de la época, pero la crítica no fue tan indulgente.